El presente relato es un extracto del cuento Las Malas Compañías

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Las malas compañías

Empezaba a sentirse frío en aquellos días. Una casaca de cuero de color negro, un jean negro, zapatillas negras importadas con cápsulas para poder caminar por un largo trayecto. Lo mejor para una cita adolescente en esos días. Mi emoción por aquella cita comenzó cuando ella colgó el teléfono y lo último que dijo fue “No te demores porque va a llegar mi hermana mayor”. Por la prisa que me invadía no pude decir o expresar mi emoción y tampoco pude escuchar la frase completa.

Levanté el walkman que se encontraba en el suelo y encendí la música personal. Sonaba [The Pretenders – Night In My Veins]. Era la canción que me gustaba bailar en mi habitación con mi guitarra imaginaria en esos días. Luego me di cuenta de que había empezado a caminar desconcentrado en mis ilusiones. A pesar de mis lagunas, encontré dinero tirado en el piso y lo recogí. Era una buena señal. Fue lo que sentí al ver que se trataba de un billete doblado de cien soles. Esta señal me dio la esperanza de que yo tendría una cita con un final feliz.

Empecé a creer más en eso llamado destino. Antes no tenía suficiente dinero para ver una película en el cine acompañado por alguien. Gracias a esta casualidad tendría dinero suficiente para tomar un taxi y no esperar el último ómnibus para regresar a casa como polizonte. Mis sentimientos por aquella niña de cabello y ojos claros, y que también vestía colores oscuros, me decían por dónde seguir caminando. En un principio sentí que encontraría más dinero porque fue algo inesperado pero ya había llegado a su casa. Me gustaba porque parecía una punk rocker pero creo que ella no lo sabía.

Toqué la puerta y nadie contestaba. Eran casi las siete de la noche y el sol huyó de mi indumentaria nocturna. Mientras esperaba a que ella saliera, me tomé un momento para apreciar las baldosas de aquella casa entre la vereda de la calle y la puerta principal. Aquello parecía un tablero de ajedrez y empecé a evocar cómo había empezado ese camino, cómo empecé a interesarme en ella; solo encontraba una explicación a ese momento. Yo parecía un rockero frustrado bajo el yugo de mis padres y pensé que ella sería una admiradora de mis canciones que cantaba en el teléfono. Ella era la única que soportaba escucharme. A veces no había electricidad por esos días pero sí teníamos línea telefónica. La oscuridad era el acompañamiento perfecto para conversar y hablar sobre nuestros sueños e ilusiones. Recordar solo esto ya me hace plasmar una sonrisa. La oscuridad era un motivo suficiente para buscar una buena compañía.

Entonces escuché su voz algo elevada. “¡Ya estoy bajando!”. Era ella con su mismo peinado de siempre que le cubría parte de los ojos y vestida de negro. “¡Vaya coincidencia!”, pensé. Sin embargo aún no la veía; solo escuché su voz y ya sabía cómo estaría vestida.

Dejé de mirar las baldosas, levanté la mirada, no tenía una cabellera larga que taparan mis ojos; por el contrario, tenía un corte cuasi militar gracias al legado de un tío. Es entonces que veo a un sujeto parado en la puerta que era casi de mi estatura, destinado a llevarse mi lugar y protagonismo aquella noche. Vestía un jean celeste claro y una camisa blanca. Ambos nos encontrábamos parados frente a frente con una distancia de cinco metros de separación, teníamos unas ocho casillas de separación, parecíamos dos reyes en un tablero de ajedrez por el contexto de la entrada con las baldosas cuadradas. No había más fichas; técnicamente eran tablas hasta que me di cuenta de que no era un juego de ajedrez. Parecíamos dos pistoleros del Viejo Oeste esperando a jalar el gatillo. Cuando me percaté de esto, él disparó vociferando:

─¡Tú eres el que ocupa siempre la línea telefónica! ─gritó.

─Solo vengo a buscar a Karina ─contesté, y pensé en mi siguiente movimiento como buen campeón de ajedrez en torneos infantiles.

─Cada vez que llamo a mi novia encuentro la línea ocupada ─dijo.

El sujeto se acercó una casilla pero fue detenido por ella, que salió de la casa. Lo empujó quizá por el deseo de ir a ese cine al que siempre planeamos ir y nunca fuimos.

Ella se quedó a su lado, parecía una reina cautiva del ajedrez. Entonces el caballo disfrazado de alfil se puso más agresivo con sus palabras y apareció su verdadera reina, la hermana mayor que era muy parecida a la reina de negro pero que por casualidad estaba vestida completamente de color blanco. Ella sujetó a Karina y al rey blanco que al final parecía un peón por cuanto parecía discutir solo y sin hacer mayores movimientos en su casillero. Este último adujo que yo era una mala compañía. Al escuchar esta frase decidí alejarme de esa casa y abandonar el tablero; continué caminando hacia el sur. En el fondo escuchaba la floja y desganada voz de ella que exclamaba:

─¡Él es mi amigo!

─Adiós, Fernanda ─susurré, porque era el nombre que ella hubiese elegido.

No estoy seguro de si yo era la única persona que sabía eso pero solo yo sabía que tal vez me había entusiasmado demasiado y a la vez desilusionado. Nunca le dije a ella sobre mis sentimientos. Solo fue una pasión oculta y silenciosa que se desató en cada una de mis visitas a su casa luego de la escuela.

Por un momento me sentí triste y apenado porque nuestra primera cita se frustrara de esa manera. En mi niñez había participado en campeonatos de ajedrez en el parque Esteban Canal y en el Centro Comercial Camino Real, pero nunca me topé con ese tipo de situación: abandonar una partida. Menos aún con sujetos agresivos como ese. Hubo partidas con un reloj que contabilizaba el tiempo para preparar una jugada pero nunca partidas tan cortas como esta. Este tipo era un abusivo que no era ningún modelo a seguir en mi filosofía adolescente pacífica de coexistencia.

El único confort que sentía era el haber ganado algo de dinero para tomar un taxi. Era momento de dejar de caminar casilla por casilla, era el momento de saltar casillas para poder llegar a mis expectativas. Era momento de ir más rápido e ir más allá de mis tontas ilusiones. Por un momento pensé en regresar pero eso iba a ser peor, no quería generar un mayor problema y malograr los gratos recuerdos de ella que, cuando no hablábamos por teléfono, la podía visitar luego del colegio, nos sentábamos en la puerta de su casa y conversábamos horas sobre los casilleros, a veces en uno de color negro o en otro de color blanco. Por lo general charlábamos sobre nuestras coincidencias y de lo poco que habíamos vivido. Quizá solo pensábamos en voz alta sobre nuestro futuro cada uno por su camino y sin la compañía de alguien más.

Estaba cansado de verla siempre con ese tipo de amiga que la cuidaba. Aquella que llegaba de casualidad e interfería en nuestras conversaciones. Prefería verla sola y sentada en las baldosas a un casillero de distancia o a veces sentada en una especie de banca compuesto de ladrillos que parecía el balcón de un castillo pero que formaba parte de su jardín. Siempre era agradable disfrutar de su presencia y su silencio que prestaba atención a cada historia que narraba, algunas reales y otras fantasiosas como esta. Mientras conformaba mis palabras e historias, ella miraba de forma pausada mis ojos y mis hombros. Cada vez que hacía una pausa en mis relatos, ella acomodaba su cabello lacio detrás de sus hombros: magia adolescente que me inspiraba a ser músico o artista y dejar mis estudios.

El taxi se detuvo a una cuadra de mi casa. No quería que supieran que tenía dinero extra porque lo usaría para comprar algo de música. Algo de buena música que salió el año 1993. Empezaría un nuevo vicio, coleccionar discos de música, y dejaría aquellos instrumentos que jamás pude tocar bien por ser descoordinado con mis manos y sentidos. A veces sentía que mis sentidos iban más rápido que mis manos y pies. Quizá esto fue gracias al ajedrez. Al guardar el dinero restante en mis bolsillos, me di cuenta de que por primera vez tenía la llave de mi casa. Era bueno usar los jeans de mi hermano mayor y, sobre todo, haber llegado a su estatura para también usar sus zapatillas importadas. Abrí la puerta y sentí que no solo había encontrado dinero aquel día.

En mi tristeza me consolaba pensando que también había encontrado la clave de la libertad adolescente. Escapar de una pelea, perder a la chica que te gusta y mentir a tus compañeros que tuviste la cita perfecta era lo importante en ese momento.

Entré a mi casa mientras escuchaba [Tom Petty – Learning To Fly] con mi guitarra imaginaria; escuché que sonaba el teléfono pero no era ella. Pensé que la iba a olvidar pero no sucedió.