La arena del coso ardía a la espera del milagro de octubre. Las almas, los latidos y la indiferencia se escuchan con cada estallido incandescente de voces de aquellos sujetos vestidos de blanco y con una diminuta cinta roja; un color blanco excesivo en hombres y mujeres concurrentes a la plaza, un blanquezco que solo se puede lograr con un detergente en caja. Es poco entendible la conjugación de una vestimenta blanca con un alma tan oscura que emana desprecio por quienes fuera de la plaza reclaman la liberación del toro.
Redoble de tambores y empieza el jolgorio, y también la tragedia: el proceso del toro, un animal que sin ningún juzgamiento por su raza y biotipo es lentamente ejecutado con cada aplauso y murmuro de todos los concurrentes al coso.
Una vez que el toro escapa de su primer intento de muerte, con sus cuernos ejecuta al torero quien es una joven promesa del mundo taurino, como dirían en su tierra: un chaval de raza y exportación. Las plazas mundiales ya están de duelo por su pronta e inesperada muerte del verdugo multicolor. El pequeño torero ha sido ejecutado sobre su misma ley: la ley de la selva, donde siempre gana quien es más fuerte. Esta vez, no había sido lo suficientemente veraz y fornido para soportar una estocada en la yugular que lo lanzó por el aire, como si fuese un globo de infante que cae y vuelve a elevarse. Este remedo de ingrávido permitió que el rey del coso lo estocará una vez más, en sus piernas, y en su otra espada, sellando así cualquier posibilidad que el diminuto mamífero se reproduzca o tenga descendencia aquí o en el más allá.
Los aplausos se detienen, se avecinan una serie de oraciones, suplicas y rumores: el toro debe ser ejecutado antes que mayor sea la tragedia. Nunca había ocurrido un hecho semejante en la feria taurina del Señor de los Milagros, el Cristo Moreno, y el señor de la pasión de Lima. Entonces empieza el milagro de octubre, la muerte ha llegado a la única plaza decimonónica de la otrora Ciudad de los Reyes, y en cualquier lugar la muerte no comulga con la algarabía y alegría. Todos los concurrentes al correr, no tienen la intención de regresar al lugar donde murió una persona. Nadie puede congraciarse con una terrorífica ejecución.
En el cruento escenario, se vislumbra el desprecio por cada uno de nosotros que escapamos de una muerte segura. La cara siempre nos cambia ante la muerte. Mientras todos huyen sin mirar atrás y pisoteando todo a su paso como bestias; el toro ha muerto y nadie ha visto su muerte.
#HistoriaDeAnimales
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