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Las Malas Compañías

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Gonzalo

Las malas compañías: gratis

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Saludos

Gonzalo

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#Relato: La chica del parque rompecabezas

La chica del parque rompecabezas

Eran aquellos días en los cuales tenía demasiado tiempo libre. A veces escuchaba canciones repetidas del mejor año musical para mí, 1993, que ya había terminado. Seguía disfrutando esos días porque había sido un año revolucionario en la música, muchos grupos antiguos que solía escuchar en los años ochenta lanzaron nuevos discos y con canciones que no sonaban en las radios y eran reiterativas en mi habitación. También fue un año revolucionario en lo sentimental.

Cuando elevaba el volumen sentía y escuchaba gritos del vecindario quejándose por el excesivo volumen. Luego de la escuela me daba la impresión de escuchar el timbre de la casa por algún reclamo del vecino pero no hacía caso. A pesar del ruido siempre tenía buen oído para escuchar cuando sonaba el teléfono.

─¡Otra vez te llaman por teléfono! ─me dijo mi hermano mayor.

─¡Voy a contestar! –respondí.

─No te demores porque espero una llamada ─me advirtió con cierta amabilidad.

─¿Aló?

─Hola, soy Carmen ─era aquella chica de cabello ondulado con vestimenta casual que conocí el día anterior.

Al inicio no comprendí por qué me llamaba. Tenía entendido que le gustaba mi amigo. Además, cuando la conocí, mientras yo conversaba con su vecina, ella se quedó un largo rato conversando con un amigo del vecindario a quien le decíamos “Pacman”. No sabía el porqué de su apodo pero pienso que debía ser porque se comía todo en su camino. Yo ya lo conocí con ese apodo y algún tipo de fama.

Ella vivía frente a un parque conformado con unas baldosas en forma de rompecabezas. Ese parque tenía la fama de tener un alto índice delictivo y de peleas callejeras. Había leyendas urbanas, por aquella época, de que en ese lugar se daban hasta asesinatos, razón por la cual nuestros hermanos mayores siempre nos advertían de que no fuéramos solos. Sin embargo, el día anterior con Pacman pasamos por allí para visitar a dos amigas que recién había conocido. Él solía conocer a las chicas en las fiestas mientras que yo solo era una especie de guardaespaldas de mis compañeros de esquina o una especie de rémora de tiburón adolescente.

En ese momento no entendía el motivo de la llamada de la nueva amiga de Pacman. No recordaba haberle dado mi número telefónico aquella vez que la conocí. Sin embargo, me resultaba agradable escucharla.

─¿Cómo conseguiste mi teléfono?

─Se lo pedí a tu amigo ─contestó─. Te llamo porque él ya no contesta mis llamadas.

Por ratos me decía que deberíamos vernos más seguido y que me atreviera a ir solo a su casa.

─¿Por qué no vienes a mi casa? ─me cuestionaba.

─Tu casa está muy lejos de la mía ─respondí, cuando en realidad tenía miedo de que Pacman me encontrase con ella.

─Si vienes a mi casa prometo visitarte ─me dijo.

Sentía algo de remordimiento por cuanto la consideraba la Señora Pacman. Tanta fue su insistencia que me invitó a una fiesta en su antiguo colegio; ella era mayor que nosotros por tres años y ya se encontraba estudiando una carrera técnica.

Llegó el día de la fiesta y ese sábado en la noche tenía cierta expectativa por esta chica mayor por todo el tiempo que habíamos conversado más por teléfono que en persona. Y no podíamos vernos porque sabía que Pacman se ausentaba del barrio para ir a buscarla. En una de sus llamadas me había prometido bailar la canción que me cantaba por teléfono en un inglés pésimo. Llegué a la fiesta y no pagué por el costo de la entrada porque Carmen me esperaba en la puerta y otra vez estaba vestida con aquella casaca azul con líneas rojas. La misma casaca de siempre que la protegía del frio y la garúa pero menos de las miradas de los otros adolescentes que la deseaban.

Entramos y todos nos miraban; eran cientos de personas en un patio de escuela que en el día solo servía para el recreo de los infantes. Se escuchó al fondo el inicio de la canción de [EMF – Children]; admiraba a aquellos muchachos ingleses. Bailamos muy alegres y por aquellos días solía expresar mi alegría con las manos y algunos saltos de emoción tratando de llevar el ritmo. Ella, por su parte, solía fingir que disfrutaba la música moviendo su cabello ondulado como si fuera Janis Joplin pero de manera descoordinada. Luego empezaron los acordes de guitarra de [4 Non Blondes – What’s Up], aquella canción en la que encerramos ese momento. Era nuestra canción telefónica. Aquella que solía cantarme y hacerme sentir sus anteriores desilusiones. Aquella que prometió bailar conmigo.

Mientras la tomaba de la cintura y ella acomodaba sus brazos en mi cuello, comprendí que las canciones son como una especie de cápsulas del tiempo en las cuales se puede dejar encerrado un momento mágico como ese. No quería que esa canción acabase. Sin embargo, ambos no teníamos ninguna intención adicional de proseguir con nuestros sentimientos. Quizá solo sentíamos miedo, en mi caso porque ella era mayor, y sentía en su rostro frío una especie de miedo a continuar o querer convertirse en aquella amiga que más conocía por su voz que por su figura. Por mi parte, Carmen solo era una persona con quien solía conversar y escuchar toda aquella mala reputación de mi compañero.

No pasó mucho tiempo hasta que llegó Pacman a nuestro lado y ella encendió en su rostro una ligera alegría y una mirada apasionada. Se generó un brillo en sus ojos como aquel que sucede en las máquinas de videojuego cuando se ingresa una nueva ficha ─del estado [Insert Coin] pasa a [Start Game]─.

Yo la dejé para que bailara con él y me encontré con un grupo de sujetos que renegaban de la música que sonaba en aquel viejo colegio fiscal. Ellos no bailaban porque querían rock ’n’ roll, algo casi imposible porque eran pocas las canciones que tocaban y nosotros bailábamos. A pesar de que me encontraba distante no dejaba de seguirla con mis ojos; las luces psicodélicas, aquella bola de espejos de discoteca y el ruido imposibilitaban ver a las demás personas, pero yo seguía escuchando en mi cabeza su voz cantando “What’s going on!… What’s going on!”. Volvía a verla entre las personas que también bailaban y no eran renegados como nosotros. Parecía que todo el mundo bailaba a nuestro alrededor cantando [Beck – Loser] mientras permanecíamos solitarios con algo de cigarros y alcohol.

Cerré mis ojos y perdí la conexión con su cabello. Nuevamente abrí mis ojos y vi que se besaba con Pacman de una manera muy apasionada. Este momento era una situación compleja para mí por cuanto sentí envidia y algo de celos. Consideré que no era normal que sintiera algo así por una chica que no era extranjera o una punk rocker. Podía sentir el viento frío en mi rostro y olvidar su frío rostro. No era tan complicado mirar hacia la oscuridad y no darse cuenta de aquel escenario amoroso. Sin embargo, mi visión nocturna funcionaba de una manera excepcional que solo me ponía muy indiferente con el contexto. En algún momento de la noche dejé de ser un tipo sin sentimientos.

Los renegados de la fiesta nos retiramos a nuestras casas porque comenzaron con la música del momento y la salsa para las parejas que se habían formado, como era el caso de Carmen y Pacman. En el camino a nuestras casas huimos de una pelea callejera gracias a un tipo chino y de mediana estatura que nos ayudó a escondernos en el jardín de su casa.

Luego de aquella noche que nos salvamos de una golpiza algunos hablaban de la fama de nuestro colega y que esa noche se había consolidado como un Don Juan por besar a una chica bonita y mayor que todos nosotros. Por mi parte, siempre guardé el secreto de aquellas conversaciones por el teléfono con la chica del Parque Rompecabezas. Nadie sabía que ella me conocía más a mí que a Pacman. Esa era mi impresión, sobre todo cuando Carmen me decía que se sentía muy bien conversando conmigo y que yo me parecía al sujeto de la serie llamada Los años maravillosos. Sin embargo, todo ese momento me recordaba el capítulo de la chica llamada Becky Slater que golpeaba a Kevin vociferando “¡Te voy a dar: amigos!”.

En los siguientes días decidí olvidarme de esa canción y de Carmen. Sin embargo, sonó el teléfono y nuevamente era ella. Lo que escuché fue una tristeza cuando me dijo: “Hubiera preferido besarte a ti”. Sin embargo, no entendía sus palabras. No era saludable ser una segunda opción amorosa. A veces sus palabras las sentía muy expresivas y otras evasivas cuando le preguntaba si lo que sentía por Pacman era real. Ambos éramos unos incomprendidos de los sentimientos. Éramos dos personas que se ilusionaron pero terminaron con la persona equivocada. En este caso solo ella. Recuerdo que la última vez que conversamos me dijo que mientras me escuchaba veía un oso de peluche que estaba a la venta en aquella tienda del teléfono público del cual siempre me llamaba. Ella quería que le regalase ese oso para que cambiara el curso de nuestra historia. Carmen me decía que recordaba mi número de teléfono pero no podía recordar el número de teléfono de mi amigo por cuanto él solo la trataba mal. Sin embargo, yo únicamente tenía dinero para comprar música. Nunca compré algo para ella.

La última vez que la vi fue en otra fiesta, pero esta vez no bailé con ella. Tampoco Pacman porque él ya tenía otra chica. Solo la veía disfrutar sus movimientos con la música con otros muchachos de su edad. Recordaba nuestra canción y su frío rostro casi besándome. Ella no pudo darse cuenta de que yo la observaba con cierto nerviosismo, pero los renegados de las fiestas adolescentes se dieron cuenta de mi mirada hacia ella y dedujeron que había pasado algo entre nosotros porque recordaron aquella vez que nos encontraron bailando la canción de [4 Non Blondes]. Yo guardé silencio de nuestras conversaciones y pasiones ocultas. Sin embargo, como Pacman no era un buen tipo para ellos y caía tan mal por ser un Don Juan, ellos decidieron atacarlo y enfrentarlo frente a la sociedad adolescente como un mal tipo que perdió a una gran chica a manos del pequeño muchacho de la serie de Los años maravillosos. Aquellos rumores de mi supuesto amorío y romance me llenaron de mucha ilusión pero a la vez sentía dolor porque ella decidió dejar de cantar y bailar nuestra canción.

Nunca supe su apellido, tampoco su teléfono. No tenía teléfono en casa. Siempre era ella quien me buscaba porque cuando yo lo intentaba la negaban de una manera muy hostil. Quizás porque era menor que ella. Un día decidí buscarla pero sentí miedo y me retiré sin tocar su puerta. Ella se perdió en el tiempo. Es entonces que dejé de ir por el parque Rompecabezas. Era muy peligroso para mí y mis sentimientos.

Continuaron los días en los que por primera vez había podido ganar en un videojuego. Dejé de ser el gran perdedor de los juegos. Para mis colegas le había ganado a Pacman.

 

 

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No pierdas esta oportunidad para descubrir mi mundo musical-literario.

 

Atte.

 

Gonzalo

 

 

#Relato: Los besos robados

Los besos robados

En mi adolescencia no tenía amigos. Tenía compañeros y colegas. Pero también tenía ángeles que me acompañaban de una u otra forma. Mi primera amiga era Fiorella, una pequeña de ojos verdes con quien luego de jugar conversábamos casi todos los días. La conocía desde que ella tenía seis años. Era mi vecina, pero en nuestra adolescencia no solo era mi amiga sino alguien mucho más importante en mi vida, mi cómplice. Con tres años menos que yo tenía más amigas que uno. Siempre trataba de presentarme a alguna de ellas.

Cierto día apareció con una amiga de cabello castaño claro en el lugar donde jugábamos básquet en el parque Villalobos. En complicidad con sus bonitos ojos, ella era capaz de llamar la atención de esos jugadores que solo corrían y competían en mi contra en aquel juego. Cuando me percaté de la presencia de la nueva chica decidí realizar mi mejor jugada y aprovechar que el otro equipo se encontraba distraído con su visita. Esa pudo ser la histórica jugada por la cual sería ovacionado durante mucho tiempo. De esa manera mis compañeros de juego olvidarían aquellas mil formas y maneras de recordarme mis tropiezos, como mis fallas en los videojuegos y otros juegos adolescentes. Era muy malo en todo lo que hacían los demás. Ya había firmado mi retiro del fútbol a los diez años antes de tener algún tipo de fractura o discapacidad que imposibilitara mi desempeño como futbolista.

Esta jugada implicaba que me elevase con mis zapatillas Nike Air Jordan, realizando una jugada espléndida. Sin embargo, el planeta continuó girando alrededor de su eje y en mi contra por efecto de la gravedad planetaria y pareció que los jugadores se quedaban detenidos en el tiempo, por lo que no lograron tocarme. Fue un momento casi mágico que sucedió como en cámara lenta; tal es así que perdí de vista el cesto y llegué a distinguir a la amiga de Fiorella. Es entonces que, al tratar de verla, caí sobre el piso y me golpeé el codo izquierdo. Lo único que pude ver en los siguientes segundos era sangre en mi brazo por una gran herida y muchas risas por la ridícula caída. Un nuevo momento que contribuiría a mis futuros traumas por la burla de mis compañeros de juego.

Volví la mirada hacia Fiorella y su amiga, que era casi de su estatura. Ellas empezaron a retirarse del lugar mientras que el resto se reía de mí. Desconocidos que recién tomaron conciencia de que el básquet también era un deporte riesgoso. Es entonces que yo también decidí retirarme de aquel juego, firmando mi retiro del básquet al llevarme la pelota que no hacía mucho había comprado. Los deportes solo implican violencia y caídas. No dudé en volver a casa con una nueva herida pero sin la pelota porque la dejé tirada en el camino. Esta herida era diferente, marcaba la fecha en la que dejé ese deporte.

Fue una larga caminata hacia el oeste en la que tuve tiempo suficiente para observar la herida. Es entonces que, antes de llegar a mi hogar, mi vecina me presenta a su nueva amiga en la esquina de su casa.

─Hola.

─¿Cómo estás? Ella es Rosa de Colombia ─dijo, mientras sonreían.

Por un instante pensé que se burlaban de mi caída. Sin embargo, me di cuenta de que Fiorella tomaba su papel de Cupido en mi vida.

─Te vimos hace un tantito ─dijo la colombiana.

─Mucho gusto ─contesté.

Era la primera persona que conocía del extranjero. Miraba su vestimenta de manera discreta. No vestía colores oscuros como La Dama del Ajedrez. Por el contrario, llevaba una casaca amarilla que la hacía parecer diferente a otras personas. Su cabello claro y suelto tocaba aquella casaca deportiva que le quitaba brillo a sus labios. Es entonces que empezamos conversar más sobre ella y mi cómplice, sin mayor titubeo, hizo lo mismo que solía hacer cada vez que me presentaba a sus amigas. Nos dejó solos.

Conmigo llevaba un walkman con audífonos independientes, uno para cada oído. Su curiosidad por conocer aquel extraño aparato japonés con baterías recargables y saber qué música escuchaba la hizo extender su mano sobre mi hombro y me quitó el audífono de la oreja. Ahí sentí demasiado cerca su respiración y empezamos a escuchar la misma canción. [Jesus Jones – Right Here, Right Now]. Le dije:

─Son unos muchachos ingleses y me gustaría ser algún día como ellos o como los EMF ─expliqué con cierto nerviosismo por su cercanía.

─No es la música que suelo escuchar ─me indicó con un acento extraño a mis sentidos.

─¿Qué grupos te gustan?

─Me gustan la salsa y las canciones de Jerry Rivera.

─A mí no me gusta la salsa. No sé bailar salsa.

─Te podría enseñar ─dijo mientras sonreía.

Es entonces que continuamos escuchando mis canciones y ella trataba de no entenderlas. Era música demasiado compleja para alguien acostumbrado a géneros latinos. Solo permaneció sentada a mi lado en aquella esquina. Me contó la razón de su permanencia en la ciudad y, por coincidencia, tan cerca de mi casa. Su padre era de Perú y su madre de Colombia. Los motivos de su viaje no los entendí en ese momento. Sin embargo, solo deseé seguir sentado a su lado y escuchar cualquier música. Esa tarde continuamos conversando en aquella entrada a una casa azul frente al parque donde ella vivía.

Pasaron los días y yo no estaba dispuesto a dejar de escuchar mis grupos favoritos por música latina-tropical y la salsa que solía gustarle. Como ya no iba a jugar básquet, por muchas semanas nos seguimos viendo a escondidas. Cuando no podíamos encontrarnos buscábamos a Fiorella para que ella nos ayudara a encontrarnos. Cuando no encontrábamos a nuestra amiga en común, preguntábamos a los vecinos sobre nosotros. Nadie nos daba una respuesta clara pero cierta desesperación en nuestras búsquedas y el notorio interés hicieron correr los rumores de que los dos éramos algo más que dos adolescentes que solo conversaban y compartían audífonos. Ese rumor por el momento no había llegado a los oídos de su madre y sus hermanos que también vivían en aquella casa blanca.

En las tardes, a partir de las cinco, permanecía parado por horas en la esquina de la casa de Fiorella. Esperaba que La Colombiana terminara con sus tareas escolares; así podíamos jugar a ser adolescentes. Sin embargo, aquella vez que me sentí casando de esperarla sentí su voz y su mirada. Era ella que llegaba de su escuela. Allí recién tomé conciencia que estudiaba en el turno tarde de su colegio.

A partir de ese día no podía esperarla hasta el momento que llegara, porque eran pocos los minutos que teníamos para conversar desde esa esquina hasta la puerta de su casa. Solo eran dos cuadras para conversar rápidamente acerca de nosotros. En los siguientes días fui a su colegio a esperarla a su salida. Algunas veces esperaba dos horas y trataba de observar el interior de su colegio por los orificios que marcaban las puertas para tratar de encontrarla. Una vez ingresé infiltrado como un alumno de ese colegio sin que ella se diera cuenta. Al encontrarla pudimos regresar juntos hasta nuestro parque.

El regresar a casa con ella por las tardes se hizo casi habitual. Un día, mientras caminábamos por un parque con un piso en forma de rompecabezas, nos sujetamos las manos y seguimos conversando de aquello que marcaba nuestro camino por aquellas calles. Caminábamos siempre hacia el oeste durante el ocaso y disfrutábamos el atardecer.

Yo estudiaba en las mañanas desconcentrado de las enseñanzas y ella estudiaba en la tarde a la espera de mi llegada a su colegio. Gracias a nuestros encuentros tuvimos la gran oportunidad de apreciar los mejores paisajes formados por las nubes y el sol que se ocultaba en el horizonte. Nunca pudimos tomar una foto de aquello y de nosotros juntos; aquella prueba que calmaría las voces que susurraban que éramos dos adolescentes enamorados. Esas imágenes imposibles se quedaron y marcaron nuestras mentes.

Una noche fue a buscarme a mi casa. Me dijo que pronto tendría que regresar a Colombia y que debíamos dejar de vernos para que la despedida no fuera tan dolorosa. Es entonces que entendí que las historias bonitas podían tener un final. No me agradó esa idea y tuve la inusual idea de no creer en lo que me decía sobre su viaje. Cerré mis oídos y mi mente cuando volvía a terminar conmigo por su pronta partida.

Habían pasado varios días y meses pero continuábamos caminando de la mano hacia el oeste donde se encontraban nuestras casas; yo trataba de no mirar hacia el norte porque sabía que algún día ella tomaría ese rumbo, más allá de cualquier frontera.

Rosa era una persona que no expresaba su dolor con palabras. Solo lanzaba una sonrisa bonita para expresar su peculiar tristeza. Nunca la había besado y abrazado hasta ese momento.

Luego de varios meses volvió a aparecer Fiorella con el hermano mayor de Rosa, a quien no conocía; nos acompañaron en una conversación con bromas frente a la casa de los hermanos colombianos. Fue entonces que me percaté del interés del hermano colombiano por la pequeña de los ojos verdes, porque sugirió que jugáramos a la botella borracha. Presentí que en algún momento él tendría que ganar y yo perder. Con él nunca tuve algún tipo de discusión ni conversación; creo que ignoraba de su existencia y él ignoraba de todo lo que Rosa y yo vivíamos día a día.

El hermano giró la botella y le tocó ordenar a mi cómplice.

─¡Tienes que besarlo a él! ─exclamó mientras me señalaba a mí.

Fiorella y yo nos quedamos sorprendidos de la peculiar decisión. Hasta ese momento no había besado a La Colombiana. Solo caminábamos juntos. Es entonces que ella se puso de pie y con cierta molestia por la situación anunció su retiro del juego. Ante esto mi cómplice recomendó que el castigo fuera ocultado con la casaca amarilla como una especie de manto. La prenda no dejó ver que durante la ejecución del castigo ella solo me tocó el rostro con su mano y me sonrió frente a los ojos.

Luego del supuesto beso, Fiorella giró la botella. Le correspondía ordenar a Rosa. Ella decidió que su hermano besara a nuestra amiga; de esta manera calmaría a la bestia adolescente incomprensible. Ambos empezaron a besarse debajo de la casaca. Quizá solo se vieron las caras; no lo pude divisar por el nerviosismo que imponía ese ritual para mí. Pero cuando le correspondió ordenar a Fiorella, le indicó a La Colombiana que me besara. Ella se puso de pie como cuando anunció su retiro, pero esta vez se acercó y me tomó la mano. Allí sucedió lo mismo de aquel día que la conocí al momento de la caída: todo empezó a ocurrir como en cámara lenta. En realidad, todo fue tan lento que nos besamos con mucha pasión como si fueran diez minutos de nuestras vidas. En ese instante nos dimos esos besos que deseábamos ambos frente a la caída del sol en el ocaso que iluminaba nuestro camino de regreso de su escuela. Alguien retiró el manto y continuamos besándonos, marcando y sellando ese momento con una caricia en nuestros rostros. Era nuestro momento para empezar a ser felices.

De la clandestinidad pasamos a la luz de los faroles nocturnos que nos indicaban que en las noches también podíamos ser felices porque ella iluminaba mis labios y mi rostro con su cariño y pasión. Terminamos el juego y cada uno se retiró a su casa.

No pude dormir; encendí la música y escuché el mismo disco toda la noche [OMD – Sugar Tax]. Algunas canciones con sonidos espaciales me ilusionaban en viajar con ella al espacio a la búsqueda de nuestros besos imposibles, aquellos que solo pasaban en nuestros sueños mientras nos sujetábamos de las manos. Yo escuchaba y cantaba [OMD – Pandora’s Box]:

“Born in Kansas

On an ordinary plain

Ran to New York

But ran away from fame

Only seventeen

When all your dreams came true

But all you wanted

Was someone to undress you […]

And it’s a long long way

From where you want to be

And it’s a long long way

But you’re to blind to see”.

También tuve la idea de irme a su país en caso de que ella lo hiciera. Poco me importaba mi familia y mi futuro por cuanto solo pensaba en ella y mis canciones. Pensaba en aquellos días que caminamos y perdimos la oportunidad de darnos un beso para seguir conversando de nuestros sueños. Aquellos en los cuales nos veíamos juntos. Una vez que concilié el sueño, sentí que ella era mi musa inspiradora.

Al día siguiente no pude ir a su escuela. Creo que me había cansado de caminar tanto con ella. En la noche fui a buscarla a su casa y la encontré vacía. Había un letrero:

«SE ALQUILA – TELÉFONO: 466-8125»

─¡La Colombiana se ha ido! ─grité.

─Tranquilo. Conozco a una chica que estudia con ella y vive por el parque Los Tulipanes ─dijo Fiorella.

─Vamos a buscarla.

Aquella chica tampoco sabía dónde encontrar a Rosa. Entonces volvieron las burlas de los excompañeros del básquet y fútbol, que me señalaban como el nuevo solitario de siempre. Poco conocía de su partida; mi decisión de ignorar la realidad no me permitió escucharla cuando decía que algún día tendría que alejarse de mí.

No dormí todo el fin de semana escuchando las canciones que compartimos y que ella jamás prestó atención por escucharme a mí y sentir mis frías manos que se convertían en su mejor juego, al tratar de jugar con mis dedos. Siempre supe que no le gustaban mis canciones pero creo que ella disfrutaba nuestra cercanía con el único audífono, el cual generaba nuestro acercamiento y nos permitía no tener más miedos adolescentes. Parecíamos la imagen de la dama y el vagabundo conectados con el espagueti pero con un cable estéreo.

Llegó el día lunes y fui a su escuela para encontrarla. Allí me narró el gran castigo por culpa de su hermano mayor, quien la acusó con su madre de tener un enamorado. Su madre decidió emprender la mudanza inmediata y el alejamiento de aquello que significara un adolescente enamorado de su bella hija. Cuando la conocí, ella vivía a la espalda de mi casa. Su mudanza me obligaría a caminar más, por lo menos cuatro horas hacia el este. Mi batería musical no duraría tanto. En algún momento las canciones se acabarían para regresar. Casi al llegar a su nueva casa me suplicó que no la acompañase tan cerca. No intenté besarla, solo intenté no extrañarla.

Ella, por su parte, intentó silenciar sus gritos de liberación al tocar mis manos, diciéndome:

─No te preocupes, nos volveremos a ver.

Un día no la encontré en la escuela y fui a buscarla a su casa; tuve el valor de tocar la puerta y preguntar por ella. Me atendió su madre y me permitió conocer su morada transitoria. Fue entonces que me dijo que a Rosa le había afectado la mudanza porque había salido muy mal en la escuela. Entre líneas me decía que yo había ocasionado su bajo rendimiento escolar. Sin embargo, noté algo de tranquilidad en sus palabras mientras veía en mis ojos la desesperación por volver a sentir las manos y labios de amor de su hija. Entonces pude verla y le pedí permiso a la señora para poder conversar con Rosa. Una vez que volví a ver el brillo de sus labios, salimos a caminar por aquellas calles húmedas que provocaban una extraña alergia en mí.

Pasamos unos momentos juntos; se acercaba la navidad. Para esa ocasión escribí una carta de despedida que le entregaría antes de emprender mi camino. Entonces escribí algo llamado Carta a Papa Noel y le regalé un brillo labial que Fiorella me ayudó a escoger. En aquella carta escribí un inusual deseo de volver a tener la oportunidad de sentir su presencia.

La última vez que nos vimos no tuvimos un beso de despedida; a veces en mis recuerdos la veo llorar de manera desconsolada pero mis recuerdos luego me traicionan y también la veo sólida con su tristeza, decidida a partir lejos y sin mí. Esa última vez solo nos miramos, ya no era la misma persona que conocí aquel día de la herida en mi codo. Nos soltamos las manos y me retiré, me alejé de su nueva casa sin voltear por miedo a querer regresar en el tiempo y cambiar los momentos musicales por más besos. Al poco tiempo ella regresó a su país. Yo continué amando con mis canciones.

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Relato incluido en el cuento «Las malas compañías».

Lectura previa: La Línea azul

El presente relato es un extracto del cuento Las Malas Compañías


 

«Quisiera tener la habitualidad para dibujar cada uno de los sueños que compartimos y aquellos que solo están en mí; todo ello está encerrado en cada canción que ha definido mi vida, esas canciones llenas de pasión y compañía. Todo aquello que me ha acompañado en tu ausencia cuando no sabía que estabas tan cerca de mi música.

Todo aquello que es azul me recuerda tu nombre. Todas las luces de esta ciudad que encierran un misterio y un temor a la oscuridad me guían cada noche en el camino para encontrar aquella canción que es para ti. Cuéntame de todo aquello que percibes en esas luces que me tienen prisionero en esta ciudad. Cada línea azul me recuerda tu voz. Esa canción que está en cada amanecer deseoso de tus ojos.

Ahora todo tiene un color. Mis ojos no pueden ver otros colores, solo veo tu imagen bailando en mis brazos, deseando no soltarme para quedarme allí a tu lado, para solo ver tu cabello que desea tocar mi cara y tus ojos que buscan mis labios. El color de tus labios aún está en mis dedos y mis labios. El color de tu sonrisa la tengo cada vez que soy feliz por amor. Ese sentimiento que me has dado y está tocando mi alma cada día y cada noche. La garúa continúa y estas palabras seguirán en tu mente donde sabes que te amo.»


 

[Escuchando la canción del grupo Yo la tengo – Blue line swinger]

Lectura previa: Las malas compañias

El presente relato es un extracto del cuento Las Malas Compañías

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Las malas compañías

Empezaba a sentirse frío en aquellos días. Una casaca de cuero de color negro, un jean negro, zapatillas negras importadas con cápsulas para poder caminar por un largo trayecto. Lo mejor para una cita adolescente en esos días. Mi emoción por aquella cita comenzó cuando ella colgó el teléfono y lo último que dijo fue “No te demores porque va a llegar mi hermana mayor”. Por la prisa que me invadía no pude decir o expresar mi emoción y tampoco pude escuchar la frase completa.

Levanté el walkman que se encontraba en el suelo y encendí la música personal. Sonaba [The Pretenders – Night In My Veins]. Era la canción que me gustaba bailar en mi habitación con mi guitarra imaginaria en esos días. Luego me di cuenta de que había empezado a caminar desconcentrado en mis ilusiones. A pesar de mis lagunas, encontré dinero tirado en el piso y lo recogí. Era una buena señal. Fue lo que sentí al ver que se trataba de un billete doblado de cien soles. Esta señal me dio la esperanza de que yo tendría una cita con un final feliz.

Empecé a creer más en eso llamado destino. Antes no tenía suficiente dinero para ver una película en el cine acompañado por alguien. Gracias a esta casualidad tendría dinero suficiente para tomar un taxi y no esperar el último ómnibus para regresar a casa como polizonte. Mis sentimientos por aquella niña de cabello y ojos claros, y que también vestía colores oscuros, me decían por dónde seguir caminando. En un principio sentí que encontraría más dinero porque fue algo inesperado pero ya había llegado a su casa. Me gustaba porque parecía una punk rocker pero creo que ella no lo sabía.

Toqué la puerta y nadie contestaba. Eran casi las siete de la noche y el sol huyó de mi indumentaria nocturna. Mientras esperaba a que ella saliera, me tomé un momento para apreciar las baldosas de aquella casa entre la vereda de la calle y la puerta principal. Aquello parecía un tablero de ajedrez y empecé a evocar cómo había empezado ese camino, cómo empecé a interesarme en ella; solo encontraba una explicación a ese momento. Yo parecía un rockero frustrado bajo el yugo de mis padres y pensé que ella sería una admiradora de mis canciones que cantaba en el teléfono. Ella era la única que soportaba escucharme. A veces no había electricidad por esos días pero sí teníamos línea telefónica. La oscuridad era el acompañamiento perfecto para conversar y hablar sobre nuestros sueños e ilusiones. Recordar solo esto ya me hace plasmar una sonrisa. La oscuridad era un motivo suficiente para buscar una buena compañía.

Entonces escuché su voz algo elevada. “¡Ya estoy bajando!”. Era ella con su mismo peinado de siempre que le cubría parte de los ojos y vestida de negro. “¡Vaya coincidencia!”, pensé. Sin embargo aún no la veía; solo escuché su voz y ya sabía cómo estaría vestida.

Dejé de mirar las baldosas, levanté la mirada, no tenía una cabellera larga que taparan mis ojos; por el contrario, tenía un corte cuasi militar gracias al legado de un tío. Es entonces que veo a un sujeto parado en la puerta que era casi de mi estatura, destinado a llevarse mi lugar y protagonismo aquella noche. Vestía un jean celeste claro y una camisa blanca. Ambos nos encontrábamos parados frente a frente con una distancia de cinco metros de separación, teníamos unas ocho casillas de separación, parecíamos dos reyes en un tablero de ajedrez por el contexto de la entrada con las baldosas cuadradas. No había más fichas; técnicamente eran tablas hasta que me di cuenta de que no era un juego de ajedrez. Parecíamos dos pistoleros del Viejo Oeste esperando a jalar el gatillo. Cuando me percaté de esto, él disparó vociferando:

─¡Tú eres el que ocupa siempre la línea telefónica! ─gritó.

─Solo vengo a buscar a Karina ─contesté, y pensé en mi siguiente movimiento como buen campeón de ajedrez en torneos infantiles.

─Cada vez que llamo a mi novia encuentro la línea ocupada ─dijo.

El sujeto se acercó una casilla pero fue detenido por ella, que salió de la casa. Lo empujó quizá por el deseo de ir a ese cine al que siempre planeamos ir y nunca fuimos.

Ella se quedó a su lado, parecía una reina cautiva del ajedrez. Entonces el caballo disfrazado de alfil se puso más agresivo con sus palabras y apareció su verdadera reina, la hermana mayor que era muy parecida a la reina de negro pero que por casualidad estaba vestida completamente de color blanco. Ella sujetó a Karina y al rey blanco que al final parecía un peón por cuanto parecía discutir solo y sin hacer mayores movimientos en su casillero. Este último adujo que yo era una mala compañía. Al escuchar esta frase decidí alejarme de esa casa y abandonar el tablero; continué caminando hacia el sur. En el fondo escuchaba la floja y desganada voz de ella que exclamaba:

─¡Él es mi amigo!

─Adiós, Fernanda ─susurré, porque era el nombre que ella hubiese elegido.

No estoy seguro de si yo era la única persona que sabía eso pero solo yo sabía que tal vez me había entusiasmado demasiado y a la vez desilusionado. Nunca le dije a ella sobre mis sentimientos. Solo fue una pasión oculta y silenciosa que se desató en cada una de mis visitas a su casa luego de la escuela.

Por un momento me sentí triste y apenado porque nuestra primera cita se frustrara de esa manera. En mi niñez había participado en campeonatos de ajedrez en el parque Esteban Canal y en el Centro Comercial Camino Real, pero nunca me topé con ese tipo de situación: abandonar una partida. Menos aún con sujetos agresivos como ese. Hubo partidas con un reloj que contabilizaba el tiempo para preparar una jugada pero nunca partidas tan cortas como esta. Este tipo era un abusivo que no era ningún modelo a seguir en mi filosofía adolescente pacífica de coexistencia.

El único confort que sentía era el haber ganado algo de dinero para tomar un taxi. Era momento de dejar de caminar casilla por casilla, era el momento de saltar casillas para poder llegar a mis expectativas. Era momento de ir más rápido e ir más allá de mis tontas ilusiones. Por un momento pensé en regresar pero eso iba a ser peor, no quería generar un mayor problema y malograr los gratos recuerdos de ella que, cuando no hablábamos por teléfono, la podía visitar luego del colegio, nos sentábamos en la puerta de su casa y conversábamos horas sobre los casilleros, a veces en uno de color negro o en otro de color blanco. Por lo general charlábamos sobre nuestras coincidencias y de lo poco que habíamos vivido. Quizá solo pensábamos en voz alta sobre nuestro futuro cada uno por su camino y sin la compañía de alguien más.

Estaba cansado de verla siempre con ese tipo de amiga que la cuidaba. Aquella que llegaba de casualidad e interfería en nuestras conversaciones. Prefería verla sola y sentada en las baldosas a un casillero de distancia o a veces sentada en una especie de banca compuesto de ladrillos que parecía el balcón de un castillo pero que formaba parte de su jardín. Siempre era agradable disfrutar de su presencia y su silencio que prestaba atención a cada historia que narraba, algunas reales y otras fantasiosas como esta. Mientras conformaba mis palabras e historias, ella miraba de forma pausada mis ojos y mis hombros. Cada vez que hacía una pausa en mis relatos, ella acomodaba su cabello lacio detrás de sus hombros: magia adolescente que me inspiraba a ser músico o artista y dejar mis estudios.

El taxi se detuvo a una cuadra de mi casa. No quería que supieran que tenía dinero extra porque lo usaría para comprar algo de música. Algo de buena música que salió el año 1993. Empezaría un nuevo vicio, coleccionar discos de música, y dejaría aquellos instrumentos que jamás pude tocar bien por ser descoordinado con mis manos y sentidos. A veces sentía que mis sentidos iban más rápido que mis manos y pies. Quizá esto fue gracias al ajedrez. Al guardar el dinero restante en mis bolsillos, me di cuenta de que por primera vez tenía la llave de mi casa. Era bueno usar los jeans de mi hermano mayor y, sobre todo, haber llegado a su estatura para también usar sus zapatillas importadas. Abrí la puerta y sentí que no solo había encontrado dinero aquel día.

En mi tristeza me consolaba pensando que también había encontrado la clave de la libertad adolescente. Escapar de una pelea, perder a la chica que te gusta y mentir a tus compañeros que tuviste la cita perfecta era lo importante en ese momento.

Entré a mi casa mientras escuchaba [Tom Petty – Learning To Fly] con mi guitarra imaginaria; escuché que sonaba el teléfono pero no era ella. Pensé que la iba a olvidar pero no sucedió.

Las Malas Compañías (Cuento)

Muchas historias de adolescentes suelen hablar de sus primeros (des)amores. Esta no necesariamente. Las malas compañías podría resumirse como las andanzas de un joven a principios de los años noventa que, más allá de las alegrías y diversiones con sus amigos, se siente vulnerable y confundido al redescubrir su mundo.

Así, los primeros encuentros con chicas y las primeras fiestas de la secundaria se entrelazan con las tardes de deporte en el barrio, las interminables caminatas nocturnas, las fugas del salón de clases y la adicción a lo que quizá marcó a toda una generación: los videojuegos.

El hilo conductor de escenas no es más que el rock: otra droga que en ciertos momentos proporciona serenidad al protagonista y en otros lo lleva a actuar de manera impulsiva. Tras escuchar y leer todas las canciones que pasan por su cabeza, sus lectores contemporáneos y melómanos no podrán evitar hacerse una pregunta esencial: ¿Fueron los años noventa mejores que los ochenta?

La respuesta podría estar en un clásico tema de R.E.M.: «Hey kids, rock and roll/ nobody tells you where to go, baby…».

Disponible en formato digital en Amazon & Itunes:

http://www.amazon.com/Malas-Compa%C3%B1ias-Spanish-Gonzalo-Castro-ebook/dp/B00W3J07Y0/ref=asap_bc?ie=UTF8

La música está incluida en el libro.

Disponible en Spotify:

Casete 1

  1. [The Pretenders – Night in my veins]
  2. [Tom Petty – Learning to Fly]
  3. [Jesus Jones – Right Here, Right now]
  4. [OMD – Pandora’s box]
  5. [EMF – Children]
  6. [4 Non Blondes – What’s up]
  7. [Beck – Loser].
  8. [REM – Drive]
  9. [The Breeders – Cannonball]
  10. [The Cure – Play for Today]
  11. [The Clash – Bankrober]
  12. [Pearl Jam – Daughter]
  13. [Depeche Mode – Personal Jesus]
  14. [Tears for Fears – Breaking Down Again]

Casete 2

  1. [The Sundays – Here’s Where The Story Ends]
  2. [Jesus And Mary Chain – Sometimes Always]
  3. [The Farm – All together now]
  4. [U2 – Ultra Violet]
  5. [Electronic – Disappointed]
  6. [David Bowie – Under the Pressure]
  7. [The Soup Dragons – I´m Free]
  8. [The Outfield – Your love]
  9. [Extreme – More Than Words]
  10. [Nirvana – Smell like teen spirit]
  11. [Jane´s Addiction – Stop!].
  12. [Soul Asylum – Somebody to shove]
  13. [Fleetwood Mac – As Long As You Follow].
  14. [Morrissey – The More You Ignore Me, The Closer I Get]

Casete 3

  1. [Al Stewart – year of the Cat]
  2. [Frente! – Bizarre Love Triangle]
  3. [New Order – Loveless]
  4. [Prefab Sprout – Cars & Girls].
  5. [Camouflage – On inslands]
  6. [Depeche Mode – I Feel You].
  7. [The Beloved – Sweet Harmony].
  8. [Inxs – Bitter Tears]
  9. [The Ocean Blue – Mercury]
  10. [Aztec Camera – Somewhere in my Heart]
  11. [A-ha – Take On Me]
  12. [Richard Marx – Right Here Waiting for You]
  13. [The Smithereens – Time Won’t Let Me]
  14. [Duran Duran – Come Undone]

Casete 4

  1. [Radiohead – Creep]
  2. [Red Hot Chilli Peppers – Give it away]
  3. [Green Day – She]
  4. [Counting Crows – Mr. Jones]
  5. [Weezer – Buddy Holly]
  6. [Roxette – Church Of Your Heart]
  7. [Spin doctors – Two Princess]
  8. [Barrington Levy – Dancehall rock]
  9. [Ric Ocasek – Don’t Let Go]
  10. [Depeche Mode – Enjoy The Silence].
  11. [The Smashing Pumpkins – Today]
  12. [Mazzy Star – Fade into you]
  13. [Inxs – Not Enough Time]
  14. [UB40 – Impossible Love]

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