Los sueños ocultan deseos. El sueño es una caída por la cual se abandona la realidad. Algunos sueños poseen una oscuridad consumada, sombría que no se puede evitar. Huir significaría introducirse en una caída de luminosidad carente de expresión. La oscuridad permanente se confunde con una noche.

Me cuestiono si otra vez caí en el mismo sueño cuando cae una tenue luminosidad que reconstruye las formas ocultas de la noche, aquellos seres mágicos y formas bellas se dejan apreciar. Formas descocidas para los ojos teóricos, pero habituadas en las sensaciones de los enfermos de insomnio y viandantes de los caminos oníricos.

Aquel camino permanece casi oculto en las noches. La tenue luminosidad nos conduce a una vegetación distinta, verdosa, encaminada hacia la soledad, con árboles con caída hacia un foco elíptico. Me cuestiono si llegaré al final del camino o si algún día despertaré. La ansiedad de conocer la respuesta me podría conducir hacia un mundo nuevo, uno donde los seres no conocen el horizonte, sino un camino que invita a un paseo en el tiempo. Finalmente, compruebo que no se trataba de una caída.

La luminosidad de este mundo enrojece los ojos, cae sobre todos los elementos de manera voraz, como si fuera un trueno aquel que lanzaría esa doliente luz que cegaría con el transcurrir del tiempo.

Esta vez me cuestiono si existe un tiempo en este lugar. El camino no termina, cada paso parece poseer el tiempo de una estación, las aves permanecerte solitarias en las ramas de aquella selva que nos protege de la luz que perturba mis primeros recuerdos. Las aves parecen permanecer quietas, impávidas luciendo en sus plumas miles de colores que son el reflejo de la luz.  El ave fénix en reposo se ha ido.

Las mariposas nocturnas en esta selva se impregnan en la visión, se puede apreciar los bordes y la textura de sus alas, pero no podemos determinar su destino. Se dirigen hacia todas las direcciones del camino, temerosas por nuestra presencia.

A la salida de la selva otra vez encuentro aquel río que no puede desbordarse ni escapar por la fuerza imponente de aquellos cerros cubiertos por cristales de nieve transparentes que ocultan el verdadero rostro del cañón. Toda forma rocosa nos recuerda un rostro, pero este rostro es más imponente, porque amedrenta a aquellos que osan llegar hacia la cima que acaricia el cielo azul noche.

Desde la cima, se puede observar al fondo del camino una ciudad de luces amarillas, que vistas desde el cielo, sirven de camino para los espíritus perdidos en el tiempo, aquellos faroles decimonónicos de sus calles son los únicos que brillan nos guitan y son la única compañía del camino de piedras. Las casas en su interior están poseídas por una tenue luz que es vencida por la oscuridad. Las puertas no poseen cerradura, se quedan entre abiertas para permitir la entrada de la luz nocturna o de alguna inesperada visita.

En las habitaciones, algunas personas permanecen desnudas, otras cubiertas. No usan atuendo porque en la oscuridad no se puede saber quien está al lado de uno y si llevan puesto algo de ropa; mucho menos se puede inferir qué es lo que piensan y sueñan. En este lugar no se puede sentir si uno está verdaderamente solo. Abundan los rostros cálidos y solitarios. Las sombras de las mujeres son delgadas, es por la poca luz que entra por las puertas, en este lugar los elementos permanecen inclinados, como si alguna vergüenza hiciera que no estén erguidos, y que los muebles en vez de patas tengan apariencia de garras felinas para no desubicarse de su lugar eterno.

Algunas personas  permanecen con la mirada hacia nosotros y las formas, sin embargo; distantes de sentimientos. En ese instante me cuestiono si esto será para algunos un paraíso. Como poder saberlo si todos tienen una herida umbilical. Solo queda continuar el camino en este delirio de sueño del cual jamás se podrá salir o intentar despertar.

 

Gonzalo Castro

Escuchando Enigma – Out from the deep