Los invito a descubrir mis publicaciones según el texto de su contratapa:

 

Las malas compañías

Muchas historias de adolescentes suelen hablar de sus primeros (des)amores. Esta no necesariamente. Las malas compañías podría resumirse como las andanzas de un joven a principios de los años noventa que, más allá de las alegrías y diversiones con sus amigos, se siente vulnerable y confundido al redescubrir su mundo. Así, los primeros encuentros con chicas y las primeras fiestas de la secundaria se entrelazan con las tardes de deporte en el barrio, las interminables caminatas nocturnas, las fugas del salón de clases y la adicción a lo que quizá marcó a toda una generación: los videojuegos.

El hilo conductor de escenas no es más que el rock: otra droga que en ciertos momentos proporciona serenidad al protagonista y en otros lo lleva a actuar de manera impulsiva.Tras escuchar y leer todas las canciones que pasan por su cabeza, sus lectores contemporáneos y melómanos no podrán evitar hacerse una pregunta esencial: ¿Fueron los años noventa mejores que los ochenta? La respuesta podría estar en un clásico tema de R.E.M.: «Hey kids, rock and roll/ nobody tells you where to go, baby…».

Canciones para escapar

¿Qué tiene en común la música con la literatura? En principio, está su sentido del ritmo, la voluntad de transmitir sentimientos y la posibilidad de llevarnos a la dimensión de los recuerdos. No es poca cosa: es la clave de una obra completa. Como en los musicales de Hollywood, el autor establece una amena coreografía con una serie de vivencias donde las letras de las canciones son fragmentos de los diálogos de sus personajes. Así, los temas del britpop ─aquellos que enarbolaron bandas británicas como Blur, Pulp, Oasis y Suede en los años noventa─ son el marco referencial para entender por qué un joven peruano decide viajar a Chile y descubrir y olvidar amores casi de manera simultánea.
Entre país y país él descubrirá que su peregrinaje es la metáfora de su propia trayectoria sentimental.
Con Canciones para escapar, los lectores podrán experimentar la ambivalencia de la música mientras leen: alegría y tristeza, risas y lágrimas a la vez, pero al final de todo siempre una lucha contra el tiempo y la soledad.

 

Frecuencia Modulada

A veces la amistad con un amigo se convierte en fascinación por su novia. Quizá esto no deba resultar tan extraño: los mismos rasgos que hicieron que nos acercáramos a esa persona aparecen potenciados en alguien del sexo opuesto que lo acompaña y también disfruta de nuestra presencia. El problema con esa situación es que nos lleva a decidir por la lealtad o por lo que dicen nuestros sentimientos.

En esta historia, dos jóvenes descubrirán más de ellos mismos en la mujer que comparten que en sus conversaciones sobre música y los primeros empleos de oficina. Ambos aprenderán que en todo triángulo amoroso no solo hay una dosis de ingenuidad y soberbia, sino también inexperiencia: por un lado por ignorar cómo actuar ante la sospecha de una doble traición, y por el otro por la curiosidad inconfesable de vivir un romance prohibido sin medir las consecuencias. Una situación en donde uno de los personajes pondrá a prueba su paciencia y el otro su discreción.

Frecuencia Modulada se desarrolla en un contexto donde disfrutar de la música es una forma de interpretar las pasiones y sentimientos.

 

Prohibido adelantar

Alguien alguna vez dijo que si perdiéramos la confianza en aquel otro conductor que viene en sentido contrario al nuestro, no podríamos siquiera salir a la calle.
De eso trata precisamente esta obra: de lo artificial de nuestras creencias, de la frágil ilusión en la suficiencia y la habilidad de desconocidos a bordo de pesadas máquinas de metal para los que no somos más que tenues montones de carne y huesos.
Lima, la capital del Perú, es una ciudad en la que se presentan los más altos índices de accidentes automovilísticos de la región. Hay quienes lo consideran un efecto del desorden y la proliferación de vehículos de todo tipo en sus calles. Pero en lo que se refiere a las víctimas directas sí hay consenso: las causas de sus desgracias son, por lo general, responsabilidades compartidas. En la imprudencia, los peatones compiten con los conductores.
En Prohibido adelantar, Gonzalo Castro lleva al extremo este otro dicho clásico en el país: conducir en Lima es una agonía lenta. Con frecuencia, para los personajes de las historias esta frase se materializa en la camilla de una sala de hospital, en la incómoda silla de una comisaría o entre los frascos de formol de la morgue. «Lima no es la capital de la gastronomía: es la capital de los accidentes de tránsito» advierte el autor desde la primera página del libro y es el mantra vergonzoso que se nos viene a la cabeza en cada línea.
Quizá lo más preocupante es que los relatos están basados en casos reales, concretos, que alguna vez ocurrieron y en los que Gonzalo Castro participó de alguna manera como un espectador de dudoso privilegio: narrarlos, darles una secuencia e imaginar lo que pudieron pensar los protagonistas en el trance del accidente de tránsito ha sido una forma de explicar una realidad que diariamente se diluye en cada metro recorrido sobre el pavimento.
Lo que se lee en estas páginas no es morbo: es una conjura del azar que nos rodea cada vez que salimos de nuestros hogares.

 

Máquina reservada

¿Qué sucede cuando ya no importa tanto ganar o perder algo como el hecho mismo de
apostar? En este casino, todos los personajes buscan algo en el azar que no
necesariamente es dinero. Puede ser un romance de una sola noche, un compañero que
advierta cuándo es hora de salir del juego para no arruinarse, o alguien que haga olvidar lo
que se vive en la cotidianidad. Las máquinas solo son un pretexto para que el presente
transcurra sin que uno lo note. En este libro, Gonzalo Castro juega con la fragmentariedad
de la que está hecho nuestro mundo: las historias se pueden leer como cuentos
independientes o como partes de un engranaje mayor que al final evidencia los diversos
rostros del destino.

Las ciberamigas que perdí

«El amor a la distancia», “el amor imposible” y “la amistad”, vienen acompañados por una serie de versos a estilo libre, como si se trataran de canciones y melodías a lo largo del poemario, donde el autor conspira y lucha contra el olvido, la desesperación y los sentimientos. Como cuando la misma amistad es consecuencia de su propia destrucción o pérdida. Los poemas reflexionan sobre los recuerdos, la admiración y el deseo. Esas imágenes que nos acercan a otras personas. Y la amistad no es más que la excusa perfecta para enlazar la poesía con nuestras experiencias y vivencias más pasionales, sobre todo aquellas que se dan en la actualidad por medio del Internet: un medio vacío, complejo y distante. El amor no correspondido, como paradigma y ocaso de una amistad, es una frase escrita entre líneas de este libro de poemas que nos acerca a un universo donde solo la poesía en su interacción musical nos complace con los recuerdos más emocionales. Este poemario es un homenaje a las canciones, que como título llevan el nombre de una persona, y a las personas que sin ver rostros otorgan amistad: una especie en peligro de extinción.

En resumen, un libro de poemas inspirado en la música, amistad y sentimientos.