La chica del parque rompecabezas

Eran aquellos días en los cuales tenía demasiado tiempo libre. A veces escuchaba canciones repetidas del mejor año musical para mí, 1993, que ya había terminado. Seguía disfrutando esos días porque había sido un año revolucionario en la música, muchos grupos antiguos que solía escuchar en los años ochenta lanzaron nuevos discos y con canciones que no sonaban en las radios y eran reiterativas en mi habitación. También fue un año revolucionario en lo sentimental.

Cuando elevaba el volumen sentía y escuchaba gritos del vecindario quejándose por el excesivo volumen. Luego de la escuela me daba la impresión de escuchar el timbre de la casa por algún reclamo del vecino pero no hacía caso. A pesar del ruido siempre tenía buen oído para escuchar cuando sonaba el teléfono.

─¡Otra vez te llaman por teléfono! ─me dijo mi hermano mayor.

─¡Voy a contestar! –respondí.

─No te demores porque espero una llamada ─me advirtió con cierta amabilidad.

─¿Aló?

─Hola, soy Carmen ─era aquella chica de cabello ondulado con vestimenta casual que conocí el día anterior.

Al inicio no comprendí por qué me llamaba. Tenía entendido que le gustaba mi amigo. Además, cuando la conocí, mientras yo conversaba con su vecina, ella se quedó un largo rato conversando con un amigo del vecindario a quien le decíamos “Pacman”. No sabía el porqué de su apodo pero pienso que debía ser porque se comía todo en su camino. Yo ya lo conocí con ese apodo y algún tipo de fama.

Ella vivía frente a un parque conformado con unas baldosas en forma de rompecabezas. Ese parque tenía la fama de tener un alto índice delictivo y de peleas callejeras. Había leyendas urbanas, por aquella época, de que en ese lugar se daban hasta asesinatos, razón por la cual nuestros hermanos mayores siempre nos advertían de que no fuéramos solos. Sin embargo, el día anterior con Pacman pasamos por allí para visitar a dos amigas que recién había conocido. Él solía conocer a las chicas en las fiestas mientras que yo solo era una especie de guardaespaldas de mis compañeros de esquina o una especie de rémora de tiburón adolescente.

En ese momento no entendía el motivo de la llamada de la nueva amiga de Pacman. No recordaba haberle dado mi número telefónico aquella vez que la conocí. Sin embargo, me resultaba agradable escucharla.

─¿Cómo conseguiste mi teléfono?

─Se lo pedí a tu amigo ─contestó─. Te llamo porque él ya no contesta mis llamadas.

Por ratos me decía que deberíamos vernos más seguido y que me atreviera a ir solo a su casa.

─¿Por qué no vienes a mi casa? ─me cuestionaba.

─Tu casa está muy lejos de la mía ─respondí, cuando en realidad tenía miedo de que Pacman me encontrase con ella.

─Si vienes a mi casa prometo visitarte ─me dijo.

Sentía algo de remordimiento por cuanto la consideraba la Señora Pacman. Tanta fue su insistencia que me invitó a una fiesta en su antiguo colegio; ella era mayor que nosotros por tres años y ya se encontraba estudiando una carrera técnica.

Llegó el día de la fiesta y ese sábado en la noche tenía cierta expectativa por esta chica mayor por todo el tiempo que habíamos conversado más por teléfono que en persona. Y no podíamos vernos porque sabía que Pacman se ausentaba del barrio para ir a buscarla. En una de sus llamadas me había prometido bailar la canción que me cantaba por teléfono en un inglés pésimo. Llegué a la fiesta y no pagué por el costo de la entrada porque Carmen me esperaba en la puerta y otra vez estaba vestida con aquella casaca azul con líneas rojas. La misma casaca de siempre que la protegía del frio y la garúa pero menos de las miradas de los otros adolescentes que la deseaban.

Entramos y todos nos miraban; eran cientos de personas en un patio de escuela que en el día solo servía para el recreo de los infantes. Se escuchó al fondo el inicio de la canción de [EMF – Children]; admiraba a aquellos muchachos ingleses. Bailamos muy alegres y por aquellos días solía expresar mi alegría con las manos y algunos saltos de emoción tratando de llevar el ritmo. Ella, por su parte, solía fingir que disfrutaba la música moviendo su cabello ondulado como si fuera Janis Joplin pero de manera descoordinada. Luego empezaron los acordes de guitarra de [4 Non Blondes – What’s Up], aquella canción en la que encerramos ese momento. Era nuestra canción telefónica. Aquella que solía cantarme y hacerme sentir sus anteriores desilusiones. Aquella que prometió bailar conmigo.

Mientras la tomaba de la cintura y ella acomodaba sus brazos en mi cuello, comprendí que las canciones son como una especie de cápsulas del tiempo en las cuales se puede dejar encerrado un momento mágico como ese. No quería que esa canción acabase. Sin embargo, ambos no teníamos ninguna intención adicional de proseguir con nuestros sentimientos. Quizá solo sentíamos miedo, en mi caso porque ella era mayor, y sentía en su rostro frío una especie de miedo a continuar o querer convertirse en aquella amiga que más conocía por su voz que por su figura. Por mi parte, Carmen solo era una persona con quien solía conversar y escuchar toda aquella mala reputación de mi compañero.

No pasó mucho tiempo hasta que llegó Pacman a nuestro lado y ella encendió en su rostro una ligera alegría y una mirada apasionada. Se generó un brillo en sus ojos como aquel que sucede en las máquinas de videojuego cuando se ingresa una nueva ficha ─del estado [Insert Coin] pasa a [Start Game]─.

Yo la dejé para que bailara con él y me encontré con un grupo de sujetos que renegaban de la música que sonaba en aquel viejo colegio fiscal. Ellos no bailaban porque querían rock ’n’ roll, algo casi imposible porque eran pocas las canciones que tocaban y nosotros bailábamos. A pesar de que me encontraba distante no dejaba de seguirla con mis ojos; las luces psicodélicas, aquella bola de espejos de discoteca y el ruido imposibilitaban ver a las demás personas, pero yo seguía escuchando en mi cabeza su voz cantando “What’s going on!… What’s going on!”. Volvía a verla entre las personas que también bailaban y no eran renegados como nosotros. Parecía que todo el mundo bailaba a nuestro alrededor cantando [Beck – Loser] mientras permanecíamos solitarios con algo de cigarros y alcohol.

Cerré mis ojos y perdí la conexión con su cabello. Nuevamente abrí mis ojos y vi que se besaba con Pacman de una manera muy apasionada. Este momento era una situación compleja para mí por cuanto sentí envidia y algo de celos. Consideré que no era normal que sintiera algo así por una chica que no era extranjera o una punk rocker. Podía sentir el viento frío en mi rostro y olvidar su frío rostro. No era tan complicado mirar hacia la oscuridad y no darse cuenta de aquel escenario amoroso. Sin embargo, mi visión nocturna funcionaba de una manera excepcional que solo me ponía muy indiferente con el contexto. En algún momento de la noche dejé de ser un tipo sin sentimientos.

Los renegados de la fiesta nos retiramos a nuestras casas porque comenzaron con la música del momento y la salsa para las parejas que se habían formado, como era el caso de Carmen y Pacman. En el camino a nuestras casas huimos de una pelea callejera gracias a un tipo chino y de mediana estatura que nos ayudó a escondernos en el jardín de su casa.

Luego de aquella noche que nos salvamos de una golpiza algunos hablaban de la fama de nuestro colega y que esa noche se había consolidado como un Don Juan por besar a una chica bonita y mayor que todos nosotros. Por mi parte, siempre guardé el secreto de aquellas conversaciones por el teléfono con la chica del Parque Rompecabezas. Nadie sabía que ella me conocía más a mí que a Pacman. Esa era mi impresión, sobre todo cuando Carmen me decía que se sentía muy bien conversando conmigo y que yo me parecía al sujeto de la serie llamada Los años maravillosos. Sin embargo, todo ese momento me recordaba el capítulo de la chica llamada Becky Slater que golpeaba a Kevin vociferando “¡Te voy a dar: amigos!”.

En los siguientes días decidí olvidarme de esa canción y de Carmen. Sin embargo, sonó el teléfono y nuevamente era ella. Lo que escuché fue una tristeza cuando me dijo: “Hubiera preferido besarte a ti”. Sin embargo, no entendía sus palabras. No era saludable ser una segunda opción amorosa. A veces sus palabras las sentía muy expresivas y otras evasivas cuando le preguntaba si lo que sentía por Pacman era real. Ambos éramos unos incomprendidos de los sentimientos. Éramos dos personas que se ilusionaron pero terminaron con la persona equivocada. En este caso solo ella. Recuerdo que la última vez que conversamos me dijo que mientras me escuchaba veía un oso de peluche que estaba a la venta en aquella tienda del teléfono público del cual siempre me llamaba. Ella quería que le regalase ese oso para que cambiara el curso de nuestra historia. Carmen me decía que recordaba mi número de teléfono pero no podía recordar el número de teléfono de mi amigo por cuanto él solo la trataba mal. Sin embargo, yo únicamente tenía dinero para comprar música. Nunca compré algo para ella.

La última vez que la vi fue en otra fiesta, pero esta vez no bailé con ella. Tampoco Pacman porque él ya tenía otra chica. Solo la veía disfrutar sus movimientos con la música con otros muchachos de su edad. Recordaba nuestra canción y su frío rostro casi besándome. Ella no pudo darse cuenta de que yo la observaba con cierto nerviosismo, pero los renegados de las fiestas adolescentes se dieron cuenta de mi mirada hacia ella y dedujeron que había pasado algo entre nosotros porque recordaron aquella vez que nos encontraron bailando la canción de [4 Non Blondes]. Yo guardé silencio de nuestras conversaciones y pasiones ocultas. Sin embargo, como Pacman no era un buen tipo para ellos y caía tan mal por ser un Don Juan, ellos decidieron atacarlo y enfrentarlo frente a la sociedad adolescente como un mal tipo que perdió a una gran chica a manos del pequeño muchacho de la serie de Los años maravillosos. Aquellos rumores de mi supuesto amorío y romance me llenaron de mucha ilusión pero a la vez sentía dolor porque ella decidió dejar de cantar y bailar nuestra canción.

Nunca supe su apellido, tampoco su teléfono. No tenía teléfono en casa. Siempre era ella quien me buscaba porque cuando yo lo intentaba la negaban de una manera muy hostil. Quizás porque era menor que ella. Un día decidí buscarla pero sentí miedo y me retiré sin tocar su puerta. Ella se perdió en el tiempo. Es entonces que dejé de ir por el parque Rompecabezas. Era muy peligroso para mí y mis sentimientos.

Continuaron los días en los que por primera vez había podido ganar en un videojuego. Dejé de ser el gran perdedor de los juegos. Para mis colegas le había ganado a Pacman.

 

 

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Atte.

 

Gonzalo